martes, 11 de noviembre de 2008

Sobre los viejos hábitos

Yo me apego a mis viejos hábitos porque siempre fueron resultado de mi inocencia, y sobre todo de la crianza que sin tiempo, con prisa y con ignorancia, me inculcaron mis inmaduros padres. Yo recuerdo que cuando fuí estudiante del bachillerato me arrodillaba en la noche junto a mi cama y elevaba una oración a Dios para pedirle que me pudiera concentrar en mis estudios, que aprovechara el tiempo y que a cambio de eso yo le prometía que me alejaría de todos los actos impúdicos a los que me arrastraban mis vandálicos compañeros, los que casi siempre yo asociaba con el pecado. Ir puntualmente al colegio impecablemente uniformada, llegar puntual a casa y no volver a salir de ella sino al día siguiente, perder el tiempo en una y otra cosa, ocuparme de algunas obligaciones detestadas de la casa, leer en la noche, pensar en el amor imposible, querer con sinceridad a mi familia.

Mucho le debo a una tía siempre criticada por su fuerte carácter, por sus decisiones tercas, por sus diferencias con la abuela; querida por su amor hacia la familia, por sus ojos verdes, por su hambre de mundo, por el amor a su pequeño rubio (tal vez descendemos de algún español, o algún europeo) madre soltera por decisión propia, sin miedo y con valentía (y esos sí, mucha dignidad), por el apego a sus hermanas. Amada por mi, por su radicalismo, por sus gritos de justicia, por sus ideas de izquierda (sin ser socialista) por su defensa hacia las mujeres (sin ser feminista) por su mesura con el dinero, por su criterio para relacionarse con los hombres, por su soledad feliz, por su amor de madre, por su tratamiento de belleza para adelgazar por sus novios de mundos imposibles, por el gusto que tiene para la televisión y el cine. Y sobre todo por que cree en nosotros: la juventud y el futuro de la familia, nos ve infinitos en otros países, felices, inteligentes.

Entonces, cómo no retroceder a esos años en los que me acompañaban las tardes de música y unos viejos Lp's, como no aferrarme a mis primeras lecturas mediocres, a esos silencios eternos en una casa gigante en donde crecía sin amiguitos con quienes jugar. Recuerdo las tardes en la habitación de la terraza en donde el sol desendía en el horizante y los rayos de sol se me colaban entre las cortinas y me impedían continuar con mis estudios, mi papá mi única compañía en mi infancia ponía una toalla inmensa para que finalizara mis tareas, hasta el anocher. Reproduje esas tardes en la biblioteca en la universidad, tardes verdes y amarillas, me descubrí sentimental y enamoradiza, soñadora e intrépida felizmente radical.