domingo, 24 de enero de 2010

Crónica de una noche de exceso.

1

La tarde de ese viernes de mediados de julio se tornó gris, me encontraba fuera de la capital en donde el viento sabanero hace danzar los sauces plantados en el separador de la autopista, que veo claramente desde la ventana de mi transitada y tediosa oficina. Encaminada en bus intermunicipal regreso a la ciudad, luego del típico viernes sin frutos y monótono de mi trabajo en la universidad; las luces del tránsito se encendieron plenas y se combinaron en colores de atardecer, todo indicaba que caería un torrencial aguacero. Algo preocupada por no mojarme, quizá como lo hacían todos los ocupantes, pensaba en tener tiempo para ponerme la indumentaria de la noche, en el baile obligado de los árboles, en la tranquilidad del campo y en el caos citadino al que casi sucumbía, deprisa Transmilenio!

2

Mi entrada triunfal a ese lugar oscuro y hostil, se produce a eso de las diez de la noche, demasiadas voces, sin dinero, muchas ansias. Eran los sonidos eléctricos de Judas Priest, pelos largos rubios y negros, aire caliente, alientos fríos y fermentados, trajes de cuero, taches en las mangas y la cintura. Lo espero feliz entre conversaciones de la vida, los recuerdos, el colegio; al verle decido irme por su piel que llama, por su boca que se abre mía, por sus manos de escritor de historias de la Historia. Llega a mi encuentro y me despido satisfecha luego de mi victoria amorosa; de la parte mas álgida del recinto se acerca un cuerpo andrógino, veo sus ojos oscuros mirando fijo a mi rostro sereno, sus cabellos malva ondeando al ritmo del rock’n’roll, con los párpados entreabiertos y la boca lista para lanzar un aullido, escucho atenta su voz-alta que grita e insulta, juzga, acusa. Se aleja como animal imponente, voltea a mí con esos ojos de raza provinciana que conozco desde la niñez, observándome con recelo por el abandono al que le someto.

Silencio. Música de fondo: Rock; metal intenso; negro, rojo y amarillo; espuma y gas carbónico. La tarde que pronosticaba lluvia es ahora una noche de nubes naranjas y grises, me atrapa el hombre con el cabello más hermoso que yo haya visto, penetra su olor femenino en mi agradecida nariz, se planta frente de mí y en un rápido movimiento saca de su bolsillo una papeleta, toma una llave (seguramente la de la puerta de su casa) y se eleva en su traba urbana, me sonríe con dientes perfectos y blancos, arroja sobre mí un beso en la mejilla y desaparece de mi escena callejera. En medio de la calle desolada le sucede mi versión favorita de Sting, me mira fijamente con esos ojos verdes de mis amores, con esa naricita perfilada que me roza en la oreja mientras me susurra ebrias palabras, hala de mi brazo un poco allí y un poco allá, algo le distrae al beodo y se aleja con su paso fuera de eje.

3

Mi foco de atención se centra nuevamente en él, su whiskey y aburrida compañía; luces de neón: rojas y azules, tu mano fría roza mi mejilla hirviente, ese calor abrasador de la timidez me estremece; dos minutos, mi cuerpo que se desplaya por tu cuello perfumado, estallando en besos y abrazos que no recuerdo, cantando con Lennon “...Rain: I dont' mind....” Seguro estaba en una pausa sicodélica, abrí mis ojos y mis oídos, y solo se escuchaba músicas populares. Sonaban palabras enredadas y la lengua se movía lento, eran mis palabras, ya imaginaba mis expresiones, letarga: de pestañeos despaciosos, movimientos ondulares, pensamientos tardíos, era la manifestación de la ebriedad.

Jack Daniel's ahora era un nombre recurrente, se movía en nuestra mesa entre comentarios gustativos agradables y anécdotas divertidas de fiesticas parecidas, o mejores. Mi puesta en escena estaba lista, cancha de tejo, rockola mexicana, unas cuantas cervezas para soportar al amigo Daniel’s, una invitación a bailar una salsa arrebatada, girando en los brazos de aquel hombre el ridículo entonces fue un espíritu que me sedujo hasta poseerme, escurriendo lagrimones solicitando afecto, brazos colgados en cuello blanco de ruín. Un sonido: Plash!!! líquido embriagante al suelo. Un tropezón y una sacudida para sacarme la borrachera, una confesión homosexual, un regaño por hacer tonterías, actos de una amiga protectora que blandía su espada en mi defensa para convertirse en luchadora ante tantos enemigos que acechan a mujercitas vulnerables. Una coqueteada a mi Sting, una hembrita alebrestada, un torrencial aguacero y una resaca en la mañana.